Al igual que la mayoría de las palabras de nuestra lengua, la palabra “hada” viene del latín. Generalmente se acepta que viene de fatum, en su forma plural fata, que significa oráculo, designando así el destino, el hado, el futuro. De fata a hada no es muy difícil rastrear su evolución. Primero evolucionó la tque, como el resto de las oclusivas sordas (p, t, k), en posición intervocálica cambió a su forma sonora d (b, d, g), quedando la palabra “fada”.
En los primeros textos medievales en lengua castellana ésta era la forma que aparecía, fada, como confirma el Rimado de Palacio,
algunos textos de Juan Ruiz, el Apolonio, etc. En ellos esta palabra
no significaba lo que ahora significa, sino que la palabra fada respondía al significado de “suerte, destino”, más apegado a su origen fatum (oráculo, destino, fatalidad, hado).
De fada a hada pasó por la aspiración de la f inicial
latina. Más tarde esta aspiración se perdió, quedando así el sonido
[ada]. En castellano dejamos signo gráfico de su pérdida poniéndole una
h-, para que se supiera que venía de esa f-, aunque ya no sonara. Desde
un punto de vista etimológico su evolución sería: fata > fada >
hada.
En latín fata, además de oráculo, tenía otro significado, que explica mejor por qué a las hadas se les llama así. Fata era otro modo de llamar a las Parcas. Las Parcas eran divinidades del destino, tres hermanas a las que se representaba como hilanderas y que limitaban a su antojo la vida de los hombres. Recibían el apodo de Tria Fata, las tres Hadas (Nona, Decima y Morta). Una presidía el nacimiento, otra el matrimonio y la tercera la muerte. Las Parcas presidían los nacimientos y decidían sobre el destino del niño.
Los romanos tomaron la idea de la Tria Fata de las Moiras griegas,
de las que adoptaron todas sus características. También eran tres,
Cloto, Láquesis y Átropo, y velaban en un palacio cercano al Olimpo por
el desarrollo de la vida de los hombres. En un principio para los
griegos todo humano tenía su moira, su parte de vida, de suerte, pero con el tiempo se convirtieron en divinidades, y fue a partir de la epopeya homérica (La Ilíada) cuando quedaron establecidas las tres como reguladoras de nuestras vida: Cloto
hilaba, simbolizando el curso de nuestra existencia; Láquesis
enrollaba, transcurriendo así la vida del individuo; y cuando Átropo
cortaba el hilo acababa nuestra vida.
En cuanto a la palabra “hada”, se rastrea un mismo origen en el resto de las lenguas europeas.
Todas tomaron la misma raíz para designar a estos seres. Comparten una
misma idea y un origen común, lo que nos da una idea de la universalidad
de las hadas.
La palabra francesa “fée” procede también del latín fatae. Según cuentan por ahí, cuando los romanos decidieron que Roma era poco para ellos y decidieron extenderse por Europa (que por aquellos entonces no se llamaba Europa), llegaron a las Galias y las llevaron con ellas.
La presencia de las hadas es muy importante en el folclore francés. A
nuestro país vecino le debemos la primera versión escrita sobre
Melusina, una de las hadas más conocida por todas las culturas.
Tiempo después, y ya dominada las Galias, los romanos continuaron su dominio por Europa e invadieron Inglaterra.
Cuentan también que tampoco esta vez las olvidaron, y las fées
francesas acompañaron a los soldados. Del francés “fée” surgió por
evolución la palabra que usan los ingleses para designarlas. Primero
crearon “fay” y posteriormente “fairy”, en plural “fayries”, como se les
conoce actualmente. También los ingleses dedicaron muchas páginas a las
hadas, y si no recordemos todo el ciclo artúrico y a Morgan La Fay,
que rescató o secuestró, según se interprete, al rey Arturo.
No
sólo el avance romano es responsable de la extensión de la palabra
“hada”, tampoco hay que olvidar el papel relevante que jugaron las
Cruzadas en la historia europea. Con las Cruzadas también se
introdujeron en Europa las ideas predominantes en Oriente acerca de los
seres fantásticos, formando una literatura del Reino de las Hadas que
llegó incluso a constituir un género poético especial.
El
punto de discusión en este aspecto surge en el estudio de la etimología
de esta palabra. Algunos defienden que puede provenir de fata, como forma plural neutra de fatum (que al ser neutro recalcaría la esencia etérea de estos seres), mientras que para otros vendría de fatae, recalcando su forma femenina.
Para
mí, al margen de esta polémica, lo verdaderamente importante es que
viene del latín y que distintas lenguas comparten un mismo origen,
creando una especie de unión entre todas las lenguas. De fata o fatae proviene hada en castellano, fata enitaliano, en portugués fada, en francés fée, en alemán fee y en inglés fay, más tarde fairy. La tradición no sólo ha mantenido su significado, sino que además compartimos su etimología.
En
cuanto a su aparición en los textos castellanos, desde los primeros
textos medievales se rastrea el significado de “fada”, pero no con el
significado actual, sino con el sentido de “destino”. También se usaba
en esta época aplicado a las Parcas, como personificación femenina del
Hado. En los libros de caballerías era un término muy usado y, según
Corominas, con el sentido de hechiceras. En los libros de caballería las
“fadas” eran seres femeninos sobrenaturales que intervenían en la vida
de los hombres. Pues sí, nuestras primeras “fadas” literarias eran
hechiceras. En ocasiones, como puede contarnos la hada Morgana, en los
textos medievales no estaba tan claro el límite entre las hadas y las
brujas.
Y
aunque hoy en día parece que hemos llegado al acuerdo de que las hadas
son buenas y las brujas malas, nuestros lingüistas tampoco parecen
tenerlo claro.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define hada como
“ser fantástico que se representaba bajo la forma de mujer, a quien se
atribuía poder mágico y el don de adivinar el futuro”. Pero, ¿no son
acaso las brujas las que adivinan el futuro?
Y no son los únicos. La Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa recoge
como segunda acepción de hada el significado de “mujer hechicera que
encanta o seduce por su talento, su belleza, su gracia, etc.” Pero, ¿las
hechiceras no son las brujas?
En la actualidad se ha extendido el uso de la palabra “hada” para designar a un cuento fantástico. Así se denomina “cuento de hadas” a cualquier relato cuyo protagonista sea un ser imaginado.
Algunos
autores rechazan la palabra “hada” porque se ha convertido en una
palabra comodín, es válida para todo. Yo usaré la palabra “hada”, me
gusta. Me recuerda el mundo de la infancia, de la fantasía, de las
pequeñas bromas y mentiras, como les gusta a estos seres. Otras
acepciones como “el mundo féerico” (de fée, hada en francés), “el mundo
élfico”, “el Otro Mundo” o “el País de la Eterna Juventud”, no son más
que sucedáneos. Yo hablaré del País de las Hadas, de estos seres
mágicos, etéreos, femeninos, que viven en un mundo paralelo al nuestro, o
incluso en nuestro propio mundo, y que tienen unas características
peculiares.
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